Farándula (Zaragoza)

Aperitivo 
Fuimos a cenar el viernes antes del pregón de las fiestas del Pilar 2013 en Zaragoza. Reservamos y acudimos a una hora razonable, las nueve y media. Nada más llegar, nos dio tiempo a ver el salón pues nos tuvieron más de cinco minutos de pie, esperando en medio de la entrada del comedor. Había varios camareros dando vueltas por las mesas que estaban ocupadas. Al cuarto minuto nos saludaron, y al rato tomamos asiento.
Nos tomaron nota entre dos. Había un menú fijo que era lo que pedía la mayoría, tenías la posibilidad de un menú degustación deluxe, o carta. Nos decidimos por el menú degustación deluxe, que consiste en dos entrantes y dos segundos de la carta, a elegir.


Nos dejamos aconsejar porque nos gusta que nos guíen en un sitio que no conocemos. En este caso no conocemos el lugar pero sí conocemos al chef, Daniel Yranzo, por sus programas en la televisión autónomica, "La Pera Limonera" y "La Repera".

Nos advirtieron que las raciones serían un poco más pequeñas que los platos de carta. Nos pareció lógico.
Pedimos dos vinos distintos para la cena con la intención de hacer un pequeño pero buen maridaje. Un blanco y un tinto, basándonos en la descripción, no muy clara, de los platos que nos recomendó el camarero.

De repente nos estaban atendiendo cinco camareros. En un momento que nos dejaron solos, le dije a Iker que me jugaba perras a que en algún momento nos sentiríamos solos o estaríamos desatendidos. Los veía confusos. Nos reímos.

Nos trajeron el vino y el agua y comenzó el desfile de platos. Lo primero, un aperitivo que recuerdo como un bocado rico, sabroso, frío. Era una espuma sobre un crujiente de queso. Estaba bueno y era original. La cosa prometía. A partir de ahí todo se enrareció un poco.

medio plato de cuscús
El siguiente plato, un plato lleno de lo que parecía cuscús. Miramos el plato, nos pareció raro, no recordábamos que nos hubiese nombrado el cuscús cuando nos dijo lo que nos iban a servir y la ración era grande. No había ningún camarero alrededor y le hincamos el tenedor; o la cuchara, no recuerdo.
Estaba bueno, pero definivamente era cuscús. Un gran plato de cuscús.Creía que no me gustaba el cuscús, pero como todo, depende de cómo esté preparado.
A los dos minutos, tres camareros fueron pasando a nuestro lado mirando los platos. No nos dijeron nada pero definitivamente se habían equivocado y nos habían traído platos de otra mesa.
¿Dónde se habían metido antes? Cuando llevábamos la mitad del plato, estábamos saciados y pensando en lo que faltaba, decidimos dejar un poco pues yo personalmente, sin tener mucha idea, no consideraba que eso fuera una ración pequeña tal y como nos habían anunciado, idónea para comenzar un menú degustación de cuatro platos y postre.

No había camareros cerca y los que veíamos a lo lejos no dirigían la vista hacia nuestra zona. No imaginé que iba a tener tanta razón ni el motivo, pero no había camareros a la vista. Silbar es de mala educación, y mis silbidos son ridículos, pero recuerdo que me entraron ganas de practicar.
Estábamos hablando sobre la situación, pensamos que no se debían atrever a acercarse, que se lo estaban jugando a los chinos en la cocina, incluso en un momento de la cena comentamos que quizá se pensaban que éramos críticos o algo así, si nos habían parlotear. Tuvimos mucho tiempo, e íbamos dando sorbos a la copa de vino porque estaba bueno y se iba a calentar. Al fin, un camarero se puso en nuestro campo visual y le llamamos. Le dijimos lo que he escrito antes, que estaba muy bueno pero queríamos comer con algo de gana el resto del menú pues el tamaño... bla bla bla. Nos retiraron los platos.


Lo siguiente fue un ravioli con salsa de hongos. El ravioli estaba realmente frío pero la salsa estaba muy caliente y la mezcla estaba buena, aunque el sabor del ravioli se escondía en la salsa, deliciosa, supongo que por las temperaturas.

Al fin nos metíamos algo caliente al estómago.

Los camareros recuperaron el espacio, volvían a pasar cerca de nuestra mesa, y dedujimos en nuestras divagaciones que nos estaba atendiendo el jefe de sala porque llevaba ropa distinta a los demás.


Después de cada plato, nos preguntaban con aparente verdadera atención qué nos había parecido.

Tras los dos entrantes, el pescado: rodaballo.

Un trozo de lomo de rodaballo, con creo que risotto y un par de ¿calamares? con forma de mazorca. El rodaballo estaba templado tirando a frío, los calamares estaban fríos y el risotto templado, a juego con el rodaballo. Iker dijo que iba a pedir que se lo calentaran pero yo le quité la idea, complejo de mandona, puesto que tenía pinta de que si lo calentaban, el rodaballo se secaría y el calamar, que no se podía pinchar con el tenedor, no iba a mejorar. Además, ya llevábamos bastante tiempo sentados y solo eran cuatro bocados que, aunque fríos, estaban buenos. Soy mandona con argumentos.
Sobraban las mazorcas.


Llegados a este punto pensamos que el chef no estaba; que si estaba, menuda decepción; que tenía pinta de haber dejado cosas preparadas pero que no estaba en el servicio... Teníamos tiempo para hablar y habíamos cambiado al tinto.

Al momento, como si nos hubiese escuchado, lo vimos en una mesa haciéndose fotos con los comensales. Después de la experiencia y los tragos, no hicimos nada para saludarlo. Yo me puse roja o por lo menos noté calor en mis mejillas, pero podía ser el vino.

Y llegó la carne. Solomillo con salsas. Perfecto. El punto de la carne, el sabor, la textura; recién hecho, ¡al fin! ¡Qué bueno! ¡Qué bien nos sentó!

Las salsas frías, pero solo me llamó la atención por la temperatura de los platos anteriores. La carne estaba tan buena, que a penas la unté.


De postre, sorbete de mojito. Estaba bueno.

A la hora de pagar, nos cobraron los dos menús.
Incluyeron la bebida y nos invitaron a tomar gin tonics en la sala contigua, donde había una actuación en directo. Los combinados los preparan con arte.

Salió barato. Por cierto, íbamos en taxi.

Supongo que, para no fallar, deberíamos haber elegido el primer menú. Deberían retirar el resto de opciones.
Éste ya lo hemos probado.

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