Restaurante Casa Ojeda (Burgos)



A Casa Ojeda fuimos porque al marido le apetecía comenzar las vacaciones con un homenaje sin sorpresas. Fue una experiencia.
El restaurante está en el centro de Burgos; el lugar, un edificio en el que predomina la madera y huele a leña y asado a la hora del servicio.

En la planta baja está la cafetería. A partir de la hora del desayuno la barra está repleta de opciones que se van renovando y deriva en una amplia muestra de pinchos y oferta de raciones para el aperitivo, el tentempié o el almuerzo.






A la primera planta se accede por unas escaleras que están junto al horno de leña que exhiben con orgullo. Pedimos permiso para hacer una foto, nos lo dió y se puso en ella.






Subes las escaleras hay un pequeño recibidor con el guardarropa y una hermosa cámara de vino que también mostraron con orgullo cuando les pedimos hacer una foto.


Llegamos diez minutos antes de lo que nos recomendaron; tuvimos que esperar un poco porque a todos nos dio por ir a la misma hora. Está claro que controlan tiempos y horarios.



Antes de servirnos la comida nos pusieron un platito con un poco de chorizo para abrir boca.
Pedimos morcilla de burgos frita con pimientos asados, una ensalada de perdiz escabechada, después lechal de dos maneras e Iker decidió que un Ribera de Duero era una buena opción para acompañar los platos y calentar motores.


















No pedimos alubias porque teníamos intención de comprar para llevarnos y hacer en casa. Comimos lechal. Iker asado en horno de leña y yo confitado. A mi el cordero me gusta pero es algo a lo que tengo acceso en casa de vez en cuando, de vez en cuando pero está bueno y me da miedo arriesgarme a pagarlo y comerlo a disgusto.

El lechal de Casa Ojeda está bueno. Está muy bueno, tierno, crujiente y sabroso.







El lechal confitado me pareció especialmente bueno, sabroso, con su crujiente, tierno, la salsa. Una forma diferente de disfrutar sabores de siempre.
















De postre hojaldre de la casa, relleno de nata y crema.












Con el café sirvieron unos petits fours. Aunque lo tienen fácil es un detalle. Una muestra de tejas y bomboncitos que sirve de invitación para que compres en la tienda de delicatessen que tienen, donde compramos Alubia Roja de Ibeas y morcilla, ambos productos de la tierra que aguantaron bien el resto del viaje.

¡Qué alubias más ricas! Las preparó Iker siguiendo la receta del restaurante con el aliño final, y resultan adictivas. Suaves, sabrosas, sueltas y melosas, con compango o sin compango.
Sueltan una especie de chocolate sin romperse que te pone los ojos del revés.




Un buen comienzo de vacaciones. Repetiría si puedo sin duda. Alubias, volvería a comprar. Se acumulan los asuntos pendientes.

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