A Zahara de los Atunes fuimos del tirón. Por primera vez hicimos el viaje de ida en una jornada. Salimos temprano por la mañana y llegamos por la tarde.
Lo teníamos planeado y paramos en el Km. 103. Es el lado pequeño pero la panceta en bocadillo y el torrezno son "muy grandes" y te animan a madrugar.
Directos al hotel, llegamos sin problema. Elegí el "Hotel Antonio" de dos estrellas, a través de una oferta en Booking, con alguna duda sobre la elección, pero resultó un viaje perfecto; de hecho, intenté volver pero estaba lleno con un año de antelación.
La habitación estaba en una primera planta. Tenía una pequeña terraza que daba a la entrada desde la que se veía el mar. La habitación estaba bien. El desayuno bufé estaba bueno, muy bueno, y la piscina era la del hotel de cuatro estrellas.
Lo primero que hicimos fue ir al pueblo a dar la clásica vuelta de reconocimiento y de paso, cenar. Hay un paseo andando por una acera junto a la carretera que se ensancha y estrecha, donde hay un kiosko cerca del hotel en el que comprábamos agua. En muy pocos minutos se llega al pueblo, y en seguida te adentras en las calles de los bares. Los sucesivos días, pensamos ir a los pueblos que hay alrededor o a una playa próxima protegida del viento por si azotaba, pero no nos movimos de Zahara durante la estancia. El Zoco y la Taberna del Campero fueron los primeros.
El primer día, después de desayunar, fuimos a la playa. Amplia, casi vacía, inmensa. Había colocadas tumbonas y sombrillas -bastante raídas, habrán sufrido más de una vez el azote del levante- bajo el nombre del hotel, a rayas, como las del hotel, y estando aquello desierto, nos tumbamos. No lo hagáis.
Tras pasar la mañana en la playa, nos cambiamos y fuimos a comer al restaurante del hotel. De lujo. El atún, las puntillas...
Como la comida fue ligera, pensamos volver a la playa pero cambiamos de opinión y descansamos en la habitación un rato. Por la tarde, fuimos a pasear por el pueblo para ver si encontrábamos todos los sitios que Iñaki andaba mirando desde hacía unos días.
El segundo día, fuimos al coche, cogimos la silla y la sombrilla y marchamos a la playa. Soplaba un ligero levante, juguetón. Me acerqué a un kiosko para comprar una revista, pero no tenían porque desde esa semana no compraban puesto que ya era septiembre. Al volver donde nos habíamos sentado, el levante se puso juguetón y levantó nuestra sombrilla roja que comenzó a rodar libremente por una playa con poca gente. Y vi a un poco animoso Iñaki que comenzó a perseguirla. No recuerdo como la recuperamos. Probablemente un alma caritativa la detuvo; o le dio a alguien indefenso y mi memoria selectiva lo ha borrado. Dejamos la sombrilla plegada y continuamos disfrutando de la playa, con levante racheado. Por eso recogimos relativamente pronto y fuimos a echar vermú. Y de paso a comer.
Una tarde que estaba despejado, fuimos en busca de un buen sitio para ver atardecer y después continuamos probando los restaurantes, que aún quedaban y alguno había que repetir.
Cuando salíamos del hotel veíamos vacas pastar tranquilamente al otro lado de la carretera.
El tercer día, soplaba viento y nos quedamos en la piscina. Está bastante recogida y se estaba muy bien. Había gente, pero no demasiada. Nos dio el sol bien.
El último día de nuestra estancia, volvimos a la playa para disfrutar la tranquilidad, descansar y quitarnos el color folio. Bajo la sombrilla, por supuesto. Nos quedamos por el pueblo probando sitios que nos faltaban y repitiendo lo que queríamos recordar.
La última noche me llevó a un sitio al que no habíamos ido todavía. El 21 Restaurante. Fue una buena manera de despedirnos de Zahara de los Atunes hasta una próxima visita. Con esa intención nos fuimos con poca pena porque teníamos una parada en Sevilla y una visita a Córdoba antes de volver a casa. Lío de ropa y maletas.
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